La vida en el internado religioso en la década de los cincuenta transcurre entre rezos, sermones, palos y hambre. Niños y adolescentes son continuamente sometidos a una férrea disciplina, a la ciega obediencia, al castigo físico y al acatamiento de las normas que imponen las monjas.
Todo gira alrededor de la religión (sermones, rosarios, misas, viacrucis…) y de una instrucción donde la historia sagrada y el Alzamiento Nacional son la base de una formación dirigida a que estos muchachos —la mayoría hijos de republicanos— se empapen de una doctrina represiva que los aleje de un ambiente familiar «nocivo». Estos jóvenes han de convertirse en ciudadanos adictos al régimen. Pero en los pasillos y estancias del colegio existe otro mundo: el del apoyo y la solidaridad entre los muchachos que consigue mitigar en parte la dura situación que viven cada día.
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